EL GENERAL SERGIO NUÑO FUE PARTE DEL GRUPO DE LOS QUINCE QUE CONSPIRÓ CONTRA ALLENDE
Memorias inéditas de uno de los generales que dirigió el ataque a La Moneda revelan duras críticas al régimen de Pinochet
27.08.2023
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EL GENERAL SERGIO NUÑO FUE PARTE DEL GRUPO DE LOS QUINCE QUE CONSPIRÓ CONTRA ALLENDE
27.08.2023
“El haber participado en el movimiento militar, que siempre he considerado legítimo y necesario, no significa que deba traicionar mi conciencia al silenciar íntimamente mi repudio y rechazo a incalificables atropellos a los derechos humanos”. Esa es una de las reflexiones que dejó por escrito Sergio Nuño Bawden, general del Ejército que integró el Comando de Operaciones de las Fuerzas Armadas (COFA) desde donde se dirigió el ataque a La Moneda el 11 de septiembre de 1973. Nuño falleció en 2017 y dejó diversos documentos y cartas que permiten reconstruir la trama de la conspiración militar contra Salvador Allende. Estos archivos fueron entregados a CIPER por parte de su familia, para incorporarlos al archivo en línea “Papeles de la Dictadura”.
Este reportaje es parte de la iniciativa “Papeles de la Dictadura”, desarrollada por CIPER, con la colaboración del CIP-UDP, para la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado.
El general Sergio Nuño Bawden fue el primero en enterarse del momento exacto en que se inició el ataque militar a La Moneda. Se lo comunicó el general Javier Palacios, comandante de la fuerza terrestre que asaltó la sede de gobierno. Por la misma vía, Nuño se enteró también del suicidio del presidente Salvador Allende y fue el encargado de informarlo al alto mando de la operación militar que ha marcado la historia de Chile hasta hoy, 50 años después.
Nuño fue el más alto oficial del Ejército en el Comando de Operaciones de las Fuerzas Armadas (COFA), integrado por las tres ramas castrenses, que dirigió el ataque. Ese día estaba en el cuarto piso del Ministerio de Defensa y desde ahí podía ver el palacio de gobierno bajo asedio militar. Pero su rol en la conspiración se había iniciado mucho antes, cuando se unió al Grupo de los Quince, integrado por generales que cimentaron el complot.
De los protagonistas del golpe, Nuño es probablemente el que mantuvo el más bajo perfil. Una vez instalada la dictadura, se hizo cargo de la Corfo y luego fue embajador en Bélgica y Egipto. Nunca más hizo noticia. Eso, hasta ahora, en que su hija Ángela Nuño y su nieto Daniel Gedda Nuño entregaron a CIPER las memorias que escribió y varias cartas que intercambió, entre otros, con el general Sergio Arellano Stark, quien encabezó la “Caravana de la muerte”.
Estos documentos del archivo personal del general Sergio Nuño no solo muestran cómo y quienes fraguaron la conspiración, sino que también revelan la fuerte fractura que se incubó entre los militares a pocos años de iniciado el gobierno. En sus memorias inéditas, Nuño siempre reivindica el golpe de Estado como una acción legítima y necesaria, pero también expone una profunda crítica a las violaciones de derechos humanos y cuestiona el personalismo del general Augusto Pinochet, quien -a su juicio- debió asumir “su responsabilidad política superior” de todo lo ocurrido en la dictadura.
A 50 años del golpe de Estado, su hija, la documentalista y arqueóloga Ángeles Nuño, y su nieto, Daniel Gedda, decidieron exponer parte de este archivo en “Papeles de la Dictadura”, un repositorio en línea con más de 4 mil documentos oficiales, judiciales, policiales y de archivos personales y familiares, que CIPER y el Centro de Investigación y Proyectos Periodísticos (CIP) de la Universidad Diego Portales ponen al alcance de todos los ciudadanos (ingrese acá al buscador de documentos “Papeles de la Dictadura”).
Sergio Nuño falleció en 2017. Tenía 95 años. Desde la década de los 80 y hasta alrededor de 2010, recuerdan sus familiares, trabajó de su puño y letra en la escritura y reescritura de sus memorias, cuya edición traspasó a un documento Word. Ese texto, junto a cartas que despachó y recibió en los años 70, cuando era embajador primero en Bélgica y luego en Egipto, permanecieron en manos de su familia.
“El haber participado en el movimiento militar, que siempre he considerado legítimo y necesario, no significa que deba traicionar mi conciencia al silenciar íntimamente mi repudio y rechazo a incalificables atropellos a los derechos humanos, que se produjeron durante el gobierno que presidió el General Pinochet, sin que él haya intervenido oportunamente para frenar tales excesos. ¿Habrá el General Pinochet tenido conocimiento y autorizado dichos excesos, en sus diarias reuniones con el Director de la DINA General Manuel Contreras? Conociendo su carácter y reiteradas recomendaciones de “mano dura” estimo que debe haber sido informado y en casos de mayor trascendencia impartido órdenes, o bien otorgado su personal aprobación”, escribió Nuño entre las reflexiones finales de sus memorias.
Su posición contraria a lo que califica como “excesos” fuera de la doctrina militar, fue expuesta por Sergio Nuño durante los primeros años de la dictadura, por lo que fue considerado uno de los generales “blandos” al interior del régimen. Entre sus memorias recuerda un caso ocurrido poco después de que asumiera su puesto como vicepresidente de la Corfo. En octubre de 1973 recibió un llamado del coronel Hernán Opitz que había sido nombrado gerente de la Empresa Nacional de Explosivos (que fue dirigida por Nuño durante el gobierno de Allende), el coronel le informó que un grupo de trabajadores de la fábrica habían sido condenados por el Consejo de Guerra a ser fusilados tras ser sorprendidos poniendo explosivos en Calama.
“Me pareció que debía manifestarle mi opinión al General Pinochet, por lo que en una audiencia privada le expresé que no me parecía conveniente para nuestra imagen internacional que se actuara con tanto rigor, hasta condenar a muerte por actos que no se consumaron, o simplemente por ser considerados terroristas. (…) La respuesta que recibí del General Pinochet fue que era necesario actuar con ‘mano dura’ para evitar excesos y enfrentamientos con sus impredecibles consecuencias”.
Un cable de la CIA del 29 de octubre de 1973, desclasificado en 1999 y revelado por el medio español El País da cuenta de que Sergio Nuño fue hasta el Consejo de Ministros para exponer su oposición a acciones de “represión innecesaria”. El informe consigna que el general Nuño declaró “que no se opondría a la ejecución de personas tales como Altamirano, que está en la lista de los diez políticos más buscados, pero que sí lo haría si se trata de ejecutar sumariamente a obreros y dirigentes sindicales en una fábrica”.
Según el cable, su postura sólo fue apoyada por el general Óscar Bonilla, mientras que los generales Pinochet y Gustavo Leigh estaban por una línea más dura, grupo en el que también se identifica a Sergio Arellano Stark, con quien Nuño mantuvo una estrecha amistad y contacto a través de cartas, en las que ambos cuestionaron el actuar del régimen (vea el artículo “El año que Chile vivió en peligro: las cartas de los generales Arellano y Nuño que revelan el quiebre de los militares en 1978”).
Sus reclamos ante los miembros de lo que denominaba “gobierno cívico-militar” continuaron tras ser enviado como embajador a Bélgica. El 16 de diciembre de 1974, Sergio Nuño envió una carta a Jaime Guzmán, quien era parte del grupo de juristas a cargo de escribir la nueva Constitución. El entonces embajador reconoció que el ambiente en Europa no era favorable para Chile “los aspectos más críticos son derechos humanos, conflictos con la Iglesia y personeros de la DC (…) Creo indispensable una declaración rechazando terminantemente el empleo de torturas o apremios físicos”, escribió en la misiva que es parte del archivo de la Fundación Jaime Guzmán.
Las críticas de Sergio Nuño al régimen no sólo tocan el área de los derechos humanos, sino también el rumbo político que tomó el gobierno, lo que, en su opinión, se debía al estilo de liderazgo personalista de Pinochet. Mientras que, a nivel económico, cuestionó el trato preferente que Pinochet brindó a su familia. Nuño lo vivió en primera persona, porque él estaba a cargo de Corfo cuando Pinochet le pidió un puesto para su entonces yerno, Julio Ponce Lerou, quien desde esa repartición estatal inició un camino de enriquecimiento personal que lo llevó hasta tomar el control de Soquimich, una de las principales empresas mundiales de la minería no metálica. Nuño recuerda ese episodio en sus memorias:
“Me citó un día a su oficina -el General Pinochet- para pedirme le buscara un puesto a su yerno Julio Ponce, que venía llegando de Panamá. Pensé entonces que podría comenzar a trabajar como un empleado más de CORFO en el desempeño de su especialidad como Ingeniero Forestal. No obstante; durante mi desempeño nunca se presentó. Después me impuse que fue nombrado Gerente de Empresas de CORFO, que entonces incluía más de 300 empresas que constituían el área social de la economía. Una de las empresas de su dependencia era Soquimich, de la cual llegó a ser su dueño, así como también de más de 1.800 hectáreas de tierras en el sur, que también era propiedad de CORFO”.
Acerca del grupo de militares que conspiró contra el gobierno de Allende -“entre los cuales inicialmente no estaba Pinochet”-, señala que no tenían una idea preconcebida respecto al tipo de gobierno que se establecería. En lo personal, él pensaba que “se implantaría un gobierno de transición, fundamentalmente de unidad nacional, con participación de todos los sectores, excluyendo únicamente los de inspiración marxista que propiciaban la dictadura del proletariado (Comunistas, Socialistas, Mapu, Izquierda Cristiana)”. Y aunque no se habló de fechas, ni de plazos, cinco años habría sido una “duración prudente”, según el general Nuño, razón por la que él asegura que votó NO en el plebiscito de 1988.
Si bien el general Nuño reconoce en sus memorias la violación a derechos humanos en la dictadura, creía que la única salida para la paz y reconciliación era una amnistía general. En sus memorias cuestionó el accionar de la justicia que condenó a oficiales, suboficiales y soldados subalternos que -según él- sólo siguieron órdenes respondiendo “a la disciplina y rígida obediencia, para lo cual fueron formados”. Pero, también criticó duramente que “el superior, o los superiores que dieron la orden al más alto nivel, no hayan asumido plenamente su responsabilidad” para liberar del castigo a los subalternos:
“En este sentido me parece que habría sido un gesto de valentía y enaltecedor a su persona si el propio General Pinochet hubiese asumido su responsabilidad política superior, aun reconociendo que algunos subalternos pueden haber actuado por propia iniciativa y sin su conocimiento en actos de violación a los derechos humanos”.
Sergio Nuño dejó sus archivos repartidos entre distintos familiares, mientras que sus memorias las envió a hijos y amigos. Su hija, Ángeles, recuerda que “tuvo todo el tiempo para borrarlas y botarlas, pero, lo dejó todo bien ordenado en carpetas”. Su nieto, Daniel, asegura que “el Tata nunca se negó a la idea de una publicación póstuma” y que la documentación que tienen como familia es “patrimonio de los chilenos”.
A diferencia de su padre, Ángeles Nuño espera que continúen las investigaciones judiciales y que se sigan publicando archivos y documentos: “Ojalá que lo sigan haciendo y que no signifique que después de los 50 años como que esto es un cierre. Ojalá juzguen históricamente a los responsables del poder político, que han sido asesinos y cómplices. Que la historia se escriba como tiene que escribirse”.
Hay un párrafo clave en las memorias en el que se aprecia de forma nítida la voluntad del general Nuño de que su texto fuese difundido:
“La gestación del movimiento militar dentro de las Fuerzas Armadas es algo que se ha dado a conocer parcialmente, muchas veces en forma distorsionada, y que sólo es conocida por un reducido grupo de oficiales que ocupaban entonces altos cargos en sus respectivas instituciones. Fui entonces uno de los Generales de Ejército a quién le correspondió una activa participación, por lo que estimo un deber de conciencia referirme a lo que fui testigo y a las actividades que debí asumir en la gestación del que entonces llamamos ‘movimiento militar’”.
El punto cero para los generales conspiradores, según las memorias de Nuño, está fijado el 30 de junio de 1973, cuando ocurrió el episodio que se conoce como el Tanquetazo. Ese frustrado intento de golpe del Regimiento N°2 Blindados, entonces ubicado en avenida Santa Rosa con Porvenir, es calificado por Nuño como un alzamiento “instigado por elementos de ultraderecha de Patria y Libertad” que “no tuvo la respuesta nacional que esperaban y mucho menos el apoyo del alto mando ni de las restantes unidades del Ejército”.
Tras el amague de golpe, el presidente Salvador Allende convocó a los tres comandantes en Jefe para que lo acompañarán en un balcón de la Moneda, en señal del apoyo militar al gobierno. Nuño, junto a otros generales, se encontraban en una reunión con el comandante en Jefe del Ejército, general Carlos Prats, cuando éste recibió la invitación. Prats les consultó su opinión:
“El sentir unánime de los Generales fue entonces que no debería hacerlo por tratarse de un acto político, por lo que le aconsejamos que en alguna forma se atrasara o excusara. Finalmente, el General Prats decidió concurrir, lo que provocó la molestia de la mayoría de los Generales”.
El alzamiento del Regimiento N°2 -según Nuño- trajo consigo una presión desde los generales sobre el alto mando de las Fuerzas Armadas para generar un diálogo entre las tres instituciones y analizar la situación país. La propuesta generó “discrepancias internas”, ya que algunos generales lo entendían como “un acto de deliberación (…) para analizar problemas que consideraban de carácter político”. Pero, la idea siguió adelante y el comandante en Jefe de la Armada, Almirante Montero, y el de la Fuerza Aérea, general Ruiz Danyau, lograron que el General Prats aceptara la propuesta. Dicho grupo, que se denominó Comité de los Quince, fue la base del autodenominado “movimiento militar” que ideó el golpe.
El Grupo de los Quince inició sus reuniones a puertas cerradas el sábado 30 de junio a las 18:30, en el Ministerio de Defensa. Participaron en nombre del Ejército los generales Pinochet, Óscar Bonilla, Arturo Viveros, Sergio Arellano y Sergio Nuño; por la Fuerza Aérea lo hicieron Gustavo Leigh y Nicanor Díaz, entre otros, y por la Armada, los almirantes Patricio Carvajal e Ismael Huerta. “Las reuniones eran presididas por el Almirante Carvajal en su calidad de Jefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional y al finalizar cada día asistían los tres comandantes en Jefe (Prats, Ruiz y Montero) para imponerse de lo tratado en las reuniones y cambiar ideas al respecto”, recuerda Nuño. El resultado fue un documento de 29 puntos que estuvo listo a principios de julio.
El general Nuño recuerda que le tocó dar lectura de dicho documento ante un grupo del Ejército y que se hicieron sólo cuatro copias, una para cada comandante en Jefe. Los planteamientos del documento se referían principalmente “al respeto a la constitución y poderes públicos, reformas constitucionales, término de las tomas, represión de los grupos armados, cumplimiento de las sentencias judiciales y otros puntos relacionados con la necesidad de terminar con el clima de confrontación y violencia imperante. Se solicitaba también al Presidente frenar los excesos de la extrema izquierda que incitaba a la lucha armada como única forma de establecer en Chile un gobierno similar al modelo cubano”.
“Los Comandantes en Jefe habían tomado el acuerdo de entregar en conjunto al Presidente el documento preparado por el Comité de los Quince; no obstante, al llegar a La Moneda, el Almirante Montero y el General Ruiz Danyau se encontraron con la sorpresa que el General Prats, tal vez como demostración de confianza y amistad, ya lo había entregado al Presidente Allende, anticipándose a manifestarle que no estaba de acuerdo con su redacción”.
A pesar de que se les ordenó terminar con las reuniones, parte del Grupo de los Quince junto a otros generales continuaron los encuentros “de civil y fuera de las horas de servicio en diferentes lugares”. Según Nuño, a fines de agosto eran 21 los miembros del Ejército que “ya se habían convencido de la inevitable y absoluta necesidad del movimiento militar, puedo mencionar a Manuel Torres, Ricardo Valenzuela, Ernesto Baeza, Carlos Araya, Arturo Viveros, Sergio Nuño, Sergio Arellano, Washington Carrasco y Javier Palacios”.
El 21 de agosto de 1973 un grupo de esposas de militares llegaron hasta la casa del comandante en Jefe del Ejército, general Carlos Prats, para entregar una carta a su mujer, Sofía Cuthbert. Según las memorias de Nuño, entre ellas estaba su esposa -Adriana García, quien colaboró en la redacción de la misiva- y las de los generales Bonilla, Baeza, Pedro Palacios, Contreras, Viveros, Arellano, Javier Palacios y Cano. La carta no fue recibida directamente por Cuthbert y la acción terminó con una protesta fuera de la residencia de los Prats, que terminó siendo intervenida por carabineros.
El hecho marcó la renuncia del general Prats a la cabeza del Ejército el 22 de agosto, la que fue aceptada por el presidente Allende. Para Nuño, esta inesperada consecuencia de la protesta de las esposas de los oficiales fue un hito que aseguró la materialización del golpe de Estado:
“Si el General Prats hubiese continuado al mando del Ejército se habría producido un quiebre institucional y con gran probabilidad una guerra civil, ya que, conociendo su cercanía al Presidente Allende, jamás habría tomado la actitud que con posterioridad asumió el General Pinochet. Tengo el convencimiento que el presidente Allende jamás se habría imaginado que la respuesta de los generales sería aceptar la renuncia del General Prats”.
A fines de agosto la idea de la intervención militar ya se había cimentado entre los generales conspiradores. Nuño recuerda que expresó sus inquietudes a Gustavo Leigh y al Almirante Patricio Carvajal:
Presenté al General Gustavo Leigh un listado con las circunstancias que consideraba que como mínimo deberían cumplirse para justificar dicho movimiento, a lo que me respondió que todos esos puntos ya se habían cumplido en exceso. Estuve finalmente de acuerdo con la respuesta que me dio el General Leigh y sólo a fines del mes de agosto me sumé también a los que llegamos a la conclusión que la toma transitoria del poder por las Fuerzas Armadas era la única alternativa para salvar a Chile del marxismo o la inminencia de una guerra civil. Sólo nos faltaba entonces saber quién comandaría el Ejército, ya que los mandos de la Fuerza Aérea (Leigh) y Armada (Merino) ya se habían decidido.
Según Nuño, uno de los acontecimientos que causó mayor impacto en la gestación del “movimiento militar” fue el “incendiario discurso que el día 9 de septiembre Carlos Altamirano (jefe del Partido Socialista) pronunció en el Estadio Chile, en el que reconocía que se había reunido con marineros y amenazaba con continuar haciéndolo para defender al gobierno marxista”.
Ése mismo día, el 9 de septiembre, el general Augusto Pinochet confirmó su apoyo al complot ante el general Leigh, tras recibir un mensaje del almirante Merino que fijaba la concreción del golpe para el 11 de septiembre. De acuerdo con la versión de Nuño, el general Sergio Arellano ya le había informado a Pinochet que en el Ejército “como comandante en jefe todos lo respetaremos si se plegaba al movimiento”.
“Al anochecer del día 9 de septiembre, encontrándome en mi casa en una reunión de amigos, celebrando el día de San Sergio, recibí la visita del General Sergio Arellano, quién era uno de mis invitados. Me informó que recién terminaba una reunión con el General Pinochet y venía a comunicarme la noticia ultrasecreta que el movimiento militar se había fijado para el día 11 y que yo había sido designado para integrar, en representación del Ejército, el Comando de Operaciones de las Fuerzas Armadas. (COFA) desde donde se dirigirían las operaciones del 11”.
Al general Nuño le llamó la atención el rol que le fue asignado, ya que su desarrollo profesional estaba más ligado a su título como ingeniero metalúrgico. Por ejemplo, bajo el gobierno de la Unidad Popular se le había encomendado la dirección de Empresa Nacional de Explosivos (Enaex). Pero, lo vio como una muestra de confianza por su rol en el Grupo de los Quince.
El Comando de Operaciones de las Fuerzas Armadas (COFA) que dirigió el golpe de Estado tenía solo tres integrantes: el almirante Patricio Carvajal, que lo encabezaba debido a que entonces era el jefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional; el general de la Fuerza Aérea, Nicanor Díaz Estrada, y Nuño. El grupo actuó desde el edificio del Ministerio de Defensa. Nuño quedó instalado en el cuarto piso. La oficina del comandante en jefe del Ejército, en el quinto, fue ocupada por el general Ernesto Baeza, quien mantuvo la comunicación con La Moneda y el general Pinochet.
El 11 de septiembre de 1973 se inició a las cinco de la madrugada para Nuño. A esa hora, cuenta en sus memorias, partió al Ministerio de Defensa sin saber si volvería a ver a su familia. Su esposa se fue a la casa de una prima, mientras que su hijo Sergio se quedó en casa acompañado de un soldado. Sus hijas habían sido enviadas fuera de Chile meses antes. “Pinochet, había tomado precauciones, ya que no se instaló en las oficinas del comando en jefe del Ejército en el edificio del Ministerio de Defensa, donde se suponía debería estar. En Peñalolén (en la Escuela de Telecomunicaciones) disponía de un avión y un helicóptero”, dice Nuño. También recuerda que después se enteró de que Pinochet había enviado a su esposa, Lucía Hiriart, “a la unidad de montaña en Río Blanco, cerca de la frontera con Argentina, pensando tal vez que si fracasaba el movimiento podría atravesar la cordillera y quedar a salvo”.
Según sus apuntes, a las ocho de la mañana se escucharon los primeros disparos. El presidente Allende ya había llegado a La Moneda.
Desde su puesto en el Ministerio de Defensa, Nuño mantuvo comunicación telefónica con los generales Ernesto Baeza y Javier Palacios. Este último comandaba el regimiento de blindados que se ubicaba en avenida Santa Rosa, por lo que le advirtió del alcance que podía tener el bombardeo aéreo a La Moneda. Aunque indica que no estuvo de acuerdo con esa acción, reconoce “que constituyó un factor de disuasión de gran importancia”.
Nuño relata dos momentos claves en los que le tocó intervenir como parte del Comando de Operaciones. La principal, tuvo lugar aproximadamente a las 14:30, cuando las tropas ya habían entrado a La Moneda:
“Recibí directamente del General Palacios la noticia que el presidente Allende se había suicidado, lo que comuniqué de inmediato al Almirante Carvajal, quién, a su vez, informó por radio a Pinochet en su puesto de mando en Peñalolén”.
La otra había ocurrido más temprano, inmediatamente después del bombardeo al palacio. Entonces, una delegación enviada por el presidente Allende cruzó hasta el Ministerio de Defensa para negociar. Estaba compuesta el subsecretario del Interior, Daniel Vergara; el ministro secretario General de Gobierno, Fernando Flores, y el secretario privado del presidente Allende, Osvaldo Puccio, quien estaba acompañado de su hijo del mismo nombre. Nuño los recibió.
Minutos después, cuando la delegación enviada por Allende estaba en medio de las conversaciones, se supo del suicidio del presidente. La negociación quedó en nada y la presencia de los cuatro representantes del bando contrario pasó a ser la de adversarios derrotados. Nuño se desentiende de lo que ocurrió con Vergara, Flores y los Puccio padre e hijo: “El destino que se les daría posteriormente no era materia de mi decisión”, escribió. Los cuatro fueron detenidos, incluyendo al joven Puccio, y trasladados a la Escuela Militar. Luego fueron recluidos en el campo de concentración de Isla Dawson (Región de Magallanes).
El 12 de septiembre, la Junta de Gobierno nombró a Sergio Nuño como vicepresidente de la Corporación de Fomento de la Producción (Corfo), cargo que tenía rango ministerial. Allí debía dirigir el proceso de restitución de empresas que habían sido expropiadas:
“Personalmente no hice detener a nadie, por no corresponder a mi actividad y mantuve en su puesto a los funcionarios eficientes, aun cuando algunos de ellos pertenecían a partidos de izquierda y ocupaban cargos de confianza durante la Unidad Popular”.
Debido a sus críticas a las acciones y castigos que se aplicaron a los detenidos fuera del marco establecido por el “estatuto de guerra” (como las torturas y ejecuciones) su estancia en la Corfo fue corta. Lo sacaron de servicio activo en 1974, pero fue nombrado embajador en Bélgica. En ese país fue blanco de protestas y cuestionamientos por su rol como uno de los generales del golpe de Estado. Luego, en 1976, fue trasladado a Egipto. Dos años después retornó a Chile y tomó la decisión de dedicarse a trabajar en el sector privado. Su familia recuerda que fue convocado como testigo en algunas causas judiciales relacionadas con la dictadura, de las que no entregó mayores detalles.
Hasta su deceso, en 2017, el general Nuño defendió la legitimidad del golpe de Estado, convencido de que el objetivo de la Unidad Popular era llevar al país a “un régimen marxista”. Y así lo señaló, expresamente, en sus memorias:
“Aunque durante los gobiernos de la Concertación, a partir de 1990, se han hecho grandes esfuerzos y una muy hábil campaña para tergiversar la verdad histórica es irrefutable que la llamada Unidad Popular, durante el gobierno del Presidente Allende, pretendió imponer en Chile un régimen marxista totalitario”.
Pero, en su texto también deja en claro que, a su juicio, el golpe de Estado y el régimen encabezado por Augusto Pinochet que le siguió, son dos cosas distintas. Incluso, Nuño manifiesta que no está de acuerdo con que a ese periodo se le denomine Gobierno de las Fuerzas Armadas o Gobierno Militar, porque, en su opinión, tuvo una mayoritaria participación de civiles:
“El movimiento militar del 11 de Septiembre (pronunciamiento o golpe militar, como algunos lo llaman ahora) no debe confundirse ni tiene una relación de continuidad con el gobierno que dirigió el General Pinochet.
“(…) El movimiento militar del 11 de Septiembre de 1973 no tuvo, en ningún caso, la intención de imponer un gobierno dictatorial. Contrariamente a lo que los sectores de extrema izquierda expresan hoy, su intención fue, interpretando a la inmensa mayoría del país, salvar a Chile de quienes querían imponernos por la fuerza la dictadura del proletariado”.
“La posterior responsabilidad corresponde al gobierno que dirigió el General Pinochet, que algunos llaman de las Fuerzas Armadas o Gobierno Militar, aunque a mi juicio no corresponde dicha denominación, ya que se trató de un gobierno Cívico-Militar, debido al apoyo en lo económico y social de una mayoritaria participación de civiles, a quiénes correspondió una destacada actuación en el gobierno. La intención de quiénes participamos en el movimiento fue formar un gobierno de unidad nacional de duración transitoria hasta establecer la democracia”.