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Julio Antonio Bueso | 02.08.2011
Coincidencialmente cuando leí, en marzo de 1992, “La Guerra de Galio,” México estaba al borde de sendos cambios históricos. El primero era el comienzo del fin del control político del PRI, después de décadas en el poder. Esta circunstancia histórica sería una de las fuerzas telúricas en el cambio político del país. El segundo fue la incorporación de México al tratado de libre comercio con Los Estados Unidos y Canadá, lo que acarrearía serias consecuencias en término de las crisis financieras de 1994 e indirectamente en 1998. Ambos eventos contribuyeron a elevar los nivelas de pobreza y marginalización social en México. El tercero fue el abrupto alzamiento de los campesinos en Chiapas, que fue un recordatorio al mundo que daba a conocer las terribles condiciones de pobreza e injusticia social que imperan en México y en el resto de América latina. Curiosamente y no a manera de un hecho fortuito el levantamiento armado aconteció el mismo día en que entraba en vigor el tratado de libre comercio, el primero de enero de 1994. Casi tres meses más tarde, el 23 de marzo de 1994, el candidato oficialista, Luis Donaldo Colosio fue asesinado en Tijuana. Colosio era identificado no solo como el líder de una nueva generación de dirigentes del PRI más interesados en la modernización de México, sino como una alternativa de cambio político para el país. La gran mayoría del pueblo mexicano albergaba esperanzas con el ascenso de este nuevo líder. Este crimen como muchos otros de índole política que han ocurrido en México nunca se esclareció. La muerte de Colosio desato una ola de otros asesinatos y una crisis política sin precedentes en la historia reciente de México. “La Guerra de Galio” es un libro certero y aleccionador donde los hechos ocurren con gran precisión histórica. Sus personajes a veces parecen héroes destinados a caer en la tragedia, la muerte o la enajenación de la desolación sin esperanza. Carlos García Vigil muere en circunstancias tan extrañas que los hechos relacionados a su muerte convierten al personaje intrascendente por no haber cumplido el sueño de ser el gran historiador que México estaba esperando. Con la excepción de Adriano Alemán, el profesor de Vigil, parece ser el único que se empecina en mantener viva la memoria de su ex alumno, incluso en el contexto de otra novela de Aguilar Camín; “Las Mujeres de Adriano.” A medida que los personajes desaparecen, particularmente los héroes, estos se vuelven etéreos, pero no anónimos en las mentes de los que han leído y disfrutado esta novela. La otra parte, y quizás la más profunda en esta obra es la búsqueda de la verdad, un ausente crónico y notable en la historia política de México. Octavio Salas, otro de los héroes, encara con honestidad y testarudez temeraria una lucha donde surge la demanda legítima para el esclarecimiento de la matanza de Tlatelolco, el dos de octubre de 1968. Como en el caso del asesinato de Colosio, este crimen aun pesa en la conciencia histórica de un México que no solo busca consolidar una democracia incipiente, sino que aun tiene el reto de la búsqueda de justicia social para todos los mexicanos, y por sobre todos estos desafíos, la búsqueda de la verdad. Camín expone en “La Guerra de Galio” de manera implícita la máxima bíblica que dice; “La verdad os hará libres.” Esa búsqueda de la verdad es el primer paso para la existencia de una sociedad mexicana verdaderamente democrática y libre de las terribles pesadillas del pasado autoritario y corrupto. A pesar de los debates y controversias que surgieron después de la publicación de “La Guerra de Galio” esta novela mide el pulso de la historia de México en un periodo crítico y poco entendido de la historia de México. El valor histórico de la novela y la policromía de las personalidades de sus personajes con sus características humanas, que los hacen a veces inciertos, impulsivos, determinados, enajenados, idealistas o corruptos hacen de esta obra una de las mejores de la década de los noventas, y un hito permanente de la literatura mexicana en tiempos recientes.
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