COLUMNA DE OPINIÓN
Por qué fracasa la ‘guerra contra el narcotráfico’: entrevista a 33 ex narcos mexicanos para quienes morir ‘es un alivio’
03.01.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
03.01.2020
Un ex narco relata que cuando torturaba a una víctima, lo hacía pensando en que torturaba a su padre; otro comenta: “cuando creces en un barrio pobre, sabes que en algún punto te convertirás en drogadicto”. La investigadora Karina García piensa que la violencia en México -y en muchas partes de América Latina- no ceja porque quienes diseñan la “guerra contra el narco” no conocen al narco. Durante cuatro meses entrevistó a 33 ex narcos mexicanos y les preguntó desde su infancia hasta su último homicidio. En su premiada tesis doctoral, documentó historias marcadas por la violencia, el machismo y la pobreza, una triada que produce niños y jóvenes que ven la muerte como un alivio. Consideran que ellos tuvieron “la mala suerte” de nacer pobres y marginados y sus víctimas tuvieron “la mala suerte” de caer en sus manos. Para salir de esta violenta ruleta rusa la tarea es “evitar que más niños y jóvenes se sientan desechables”, explica la investigadora.
Soy del norte de México, una de las regiones más afectadas por la violencia del narco durante la guerra contra el narcotráfico. Entre 2008-2012 mi ciudad vivió una de las épocas más inciertas y violentas en su historia. Las balaceras, enfrentamientos entre cárteles y militares, que empezaron como acontecimientos esporádicos, terminaron siendo eventos frecuentes. Sucedían a plena luz del día y en cualquier lugar de la ciudad. A mí me tocó presenciar una balacera justo a un costado de la universidad donde daba clases. Tuvimos que cerrar las puertas y aplicar el protocolo de seguridad diseñado para enfrentar estos eventos. Mis amigos y familiares vivieron experiencias similares. Algunos fueron testigos de las balaceras desde sus automóviles y otros desde sus casas.
Junto con la creciente violencia, el cártel de los Zetas empezó a sobornar a los negocios locales. O pagaban su “derecho de piso” o les balaceaban su negocio, o les secuestraban a algún familiar. Poco a poco los negocios fueron cerrando y la paranoia aumentó debido a los mensajes que los narcos mandaban por redes sociales: “Esta noche no salgan porque va haber balazos”. Algunas veces estas amenazas resultaban ciertas.
En este contexto decidí estudiar un postgrado en el extranjero. No quería continuar mis estudios en medio de tanta inseguridad, por lo que viajé a Inglaterra. Es aquí donde surge mi interés académico por la violencia del narcotráfico. Gracias al consejo de una de mis profesoras, canalicé mi frustración en contra de las políticas de seguridad del ex Presidente Calderón (2006-2012) a través de mi tesis de master. Llevo siete años estudiando el tema.
Mi tesis doctoral se enfoca en estudiar la violencia del narcotráfico a través del análisis de historias de vida. Entre octubre de 2014 y enero de 2015, entrevisté a 33 hombres que trabajaron en el narco. Abordamos temas como su niñez y adolescencia, alcoholismo, drogas, vandalismo, su incursión y rol en el narco. Con el fin de entender el impacto de estas experiencias personales en la incursión de los participantes en el narcotráfico, estudié sus narrativas desde un punto de vista discursivo.
“Las causas del crimen y violencia en América Latina son similares. Independientemente del tipo de violencia, de narcotráfico, militar, de guerrillas o de maras, a mi parecer hay dos ejes transversales: la pobreza y las masculinidades tóxicas (el machismo)”
Por las características de mi estudio, su contribución es de dos tipos. Primero, metodológicamente, entrevistar a narcos de primera fuente es algo inédito en el mundo académico. Hasta la fecha, no hay otro estudio que haya recopilado más de treinta entrevistas a ex miembros del narco. En términos académicos el estudio pone sobre la mesa una perspectiva que ha sido ignorada por investigadores, funcionarios públicos y políticos: la de los perpetradores. En este sentido, el análisis de sus narrativas de vida arroja luz sobre las posibles causas de su incursión en el narco y explica la lógica con la que entienden el mundo. Comprender ello es clave no sólo para abordar un fenómeno complejo sino para diseñar políticas públicas y de seguridad. Hasta ahora, dichas políticas se diseñan bajo la lógica de los hacedores de política. No sorprende, entonces, su gran fracaso.
Para empezar, hay que reconocer que los narcos son parte de nuestra sociedad. Están expuestos a los mismos discursos, valores y tradiciones que todos nosotros. Uno de los principales problemas en México es que el gobierno sistemáticamente los discrimina al reproducir el discurso binario estadounidense “ellos” y “nosotros”, “buenos” y “malos”. Este discurso, además de ser absurdo en su extrema simplicidad, opaca los múltiples matices que revelan las causas de esta violencia.
El análisis de las historias de vida de ex narcos arroja luz sobre dichos matices. Los participantes no se ven ni como víctimas ni como monstruos. Ellos no justifican su incursión en el narco como su “única opción” para sobrevivir, como muchos estudios académicos aseguran. Reconocen que entraron al narco porque, aun cuando la economía informal les permitía sobrevivir bien y mantener a sus familias, ellos querían “más”.
“En las entrevistas un tema recurrente fue el rencor que los participantes sentían en contra de sus padres. De hecho, 28 de los 33 entrevistados admitieron que en algún punto de sus vidas su mayor ilusión era matar a sus padres”
Los entrevistados tampoco se ven como criminales sanguinarios, como se les representa en las películas. Los participantes se autodefinen como agentes libres que decidieron trabajar en una industria ilegal, pero también se definen como personas “desechables”. Este sentimiento de marginación, sumado a su problema de adicción a las drogas y la falta de un propósito general de vida, hace que valoren poco sus vidas y que la muerte, en cambio, sea vista como un alivio. Este es un tema clave a considerar en el diseño de políticas públicas. Una tarea central es evitar que más niños y jóvenes se sientan desechables.
Mi investigación revela cómo los participantes reproducen el discurso binario del gobierno. Se auto definen como “ellos”, los marginados de la sociedad. No se consideran “nosotros”, parte de la sociedad civil. También reproducen la ética individualista que permea México desde la entrada del Neoliberalismo, a fines de los 80. Esta ética es un arma de doble filo: no culpan al Estado o a la sociedad por su condición de pobreza, pero tampoco sienten remordimiento por sus crímenes. Consideran que ellos tuvieron “la mala suerte” de nacer pobres y marginados y sus víctimas tuvieron “la mala suerte” de caer en sus manos. Su lógica es simple: “Cada quien que se rasque con sus propias uñas”.
Al analizar las entrevistas de mis participantes, identifiqué un conjunto de regularidades e ideas asumidas como verdades, a las cuales denomino discurso del narco.
El discurso del narco produce un significado de la pobreza tajante. Se asume que la gente pobre no tiene futuro y por lo tanto no tiene nada que perder. Como lo aseguró uno de mis entrevistados (Wilson): “Yo sabía que iba a crecer y morir en la pobreza y sólo le preguntaba a Dios: ¿por qué yo?”. La pobreza se naturaliza, se entiende como una condición inevitable sin señalar responsables. Se da por sentado que “alguien tiene que ser pobre” (Lamberto) y que “no puedes hacer nada para evitarlo” (Tabo). Esta visión de pobreza implica una visión individualista del mundo: los individuos son responsables por su desarrollo económico y social. “Yo sabía que estaba solo, si quería algo lo tenía que obtener por mí mismo” (Rigoleto). La lógica del discurso del narco en términos de pobreza es que los individuos están solos y por lo tanto impera “la ley del más fuerte” (Yuca). Así también lo explica Cristian: “En mi barrio todos sabíamos las reglas: el que se duerme pierde. Esa era la ley. Tienes que ser rudo, violento, uno se tiene que cuidar porque nadie lo va a hacer por ti”.
“La violencia doméstica y de género son las primeras experiencias de vida de mis entrevistados (…) Ponciano señala que cuando le tocaba torturar personas se imaginaba que la persona era su padre ‘y los hacía sufrir con más ganas, como él nos hizo sufrir a nosotros’. Las fantasías de los participantes sobre matar a sus padres son similares, todos coinciden en que los querían hacer sufrir, querían cobrar venganza no por su sufrimiento sino por el de sus madres”
El discurso del narco asume que los niños y jóvenes inevitablemente serán drogadictos y pandilleros: “Cuando creces en un barrio pobre ya sabes que en algún punto te convertirás en drogadicto” (Palomo). Igualmente, las pandillas, que implican vandalismo y violencia diaria, son construidas como “la única manera de sobrevivir a la violencia en las calles” (Piochas). Por lo tanto, se da por sentado que estos jóvenes no tienen futuro y por eso son desechables: “Cuando eres drogadicto te ves a ti mismo como nada, peor que basura… ¿a quién le va a importar la vida de un pobre drogadicto?” (Palomo). La muerte temprana de estos jóvenes también se construye como inevitable: “Cuando ves tantos de tus compañeros morir en peleas, de una sobredosis, balaceados por la policía, tú piensas que ese también es tu futuro” (Tigre). De esta manera, se asume que el destino de los jóvenes pobres es fatal: “Siempre pensé que mi destino era morir, ya sea de una sobredosis o por una bala” (Pancho).
Bajo esta lógica, una de las pocas maneras de disfrutar la vida es a través del consumo de productos de lujo, y la única manera de acceder a ellos es a través del “dinero fácil” que les proporciona “la vida fácil”. La vida fácil es el trabajo en el narcotráfico. La felicidad dada por el dinero fácil se entiende como efímera pero que merece la pena, porque se asume que “en este mundo, sin dinero no eres nadie” (Canastas). Se reconocen los peligros: “Un día puedes estar en un restaurante lujoso rodeado de mujeres hermosas, pero al día siguiente puedes despertar en un calabozo” (Ponciano). Así pues, la vida fácil se tiene que vivir rápido y al máximo: “Mi meta era disfrutar cada día como si fuera el último. No escatimaba en nada. Me compraba las mejores trocas (camionetas), los mejores vinos y tenía las mejores mujeres” (Jaime).
El discurso del narco también produce la idea de que “un hombre de verdad” tiene que ser agresivo, violento y mujeriego. Los participantes se referían a los barrios pobres como “la jungla” haciendo alusión a la ley del más fuerte. La violencia física es esencial para sobrevivir, literalmente. El discurso del narco resalta un aspecto clave de la violencia: es aprendida. Los hombres no nacen, se hacen violentos. Como lo explica Jorge: “Cuando era niño, los niños más grandes me pegaban, se aprovechaban de mí porque estaba solo. Yo no era violento… pero tuve que volverme violento, más violento que ellos. Lo tienes que hacer si quieres sobrevivir en las calles”. En “la jungla” los hombres también sobreviven por tener una cierta reputación. Se asume que el “hombre de verdad” es heterosexual, mujeriego “bueno para la parranda, las drogas y el alcohol” (Dávila). En este discurso también se reconoce que, a diferencia de las mujeres, el hombre de verdad no puede mostrar sus miedos, sus emociones y debilidades, y la mejor manera de hacerlo es demostrar fuerza y dominio en todos los territorios: en la pandilla, en las peleas con pandillas rivales y en sus casas, con sus familias.
“Se definen como personas ‘desechables’. Este sentimiento de marginación, sumado a su problema de adicción a las drogas y la falta de un propósito general de vida, hace que valoren poco sus vidas y que la muerte, en cambio, sea vista como un alivio. Este es un tema clave a considerar en el diseño de políticas públicas. Una tarea central es evitar que más niños y jóvenes se sientan desechables”.
En las entrevistas un tema recurrente fue el rencor que los participantes sentían en contra de sus padres. De hecho, 28 de los 33 entrevistados admitieron que en algún punto de sus vidas su mayor ilusión era matar a sus padres. La violencia doméstica y de género son las primeras experiencias de vida de estos participantes. Todos coinciden en que su mayor frustración era ver como sus padres golpeaban y abusaban de sus madres constantemente. Este tema es una constante en las narrativas, no sólo cuando se abordó su niñez sino también cuando se tocaron temas de drogadicción, violencia y su incursión en el crimen.
Para algunos participantes, la fantasía de matar y hacer sufrir a sus padres era su mayor motivación para trabajar en el narco. Por ejemplo, Rorro explicó que “cuando era niño no tenía ilusiones, o planes para el futuro, mi único pensamiento era matar a mi padre cuando fuera grande… lo quería cortar en pedacitos”, y ser parte del narco le otorgaba esta oportunidad. Ponciano también señala que cuando le tocaba torturar personas se imaginaba que la persona era su padre “y los hacía sufrir con más ganas, como él nos hizo sufrir a nosotros”. Las fantasías de los participantes sobre matar a sus padres son similares, todos coinciden en que los querían hacer sufrir, querían cobrar venganza no por su sufrimiento, sino por el de sus madres. Notablemente, todos también coinciden en que llegada la oportunidad no pudieron cumplir su fantasía. Facundo lo explica así: “Si hubiera querido, lo hubiera matado. Tenía docenas de sicarios trabajando para mí. Si hubiera querido… lo hubiera podido ver sufrir bajo tortura. Pero no pude… así que le dije: vete lejos de aquí, que no te vea. Si te vuelvo a meter (sic) te mato”.
Las causas del crimen y violencia en América Latina son similares. Independientemente del tipo de violencia, de narcotráfico, militar, de guerrillas o de maras, a mi parecer hay dos ejes transversales: la pobreza y las masculinidades tóxicas (el machismo). Las experiencias de vida diaria de aquellos que viven en pobreza son el caldo de cultivo para todo tipo de violencia (doméstica, de género, de pandillas). Todo esto enmarcado por un tipo de violencia invisible, y pocas veces reconocida, la violencia estructural del Estado.
“El problema de la violencia únicamente se puede minimizar y evitar si se entiende y ataca localmente. Cada región, cada barrio, tiene problemas y necesidades específicas. Las políticas públicas diseñadas en masa no funcionarán”
Académicos, políticos y sociedad civil tenemos que entender y aprender de estas experiencias. A pesar de que se reconoce a la pobreza como madre de todos los males, nosotros no sabemos lo que significa vivir en pobreza. El problema de la violencia únicamente se puede minimizar y evitar si se entiende y ataca localmente. Cada región, cada barrio, tiene problemas y necesidades específicas. Las políticas públicas diseñadas en masa no funcionarán. Y tal vez este es el gran problema, la solución de raíz al problema de la violencia no ofrece grandes recompensas a los políticos. Igualmente, las masculinidades dominantes en nuestros países no sólo justifican, sino que incentivan la violencia. La solución a los problemas en la región invariablemente es la agresión y políticas de seguridad militarizadas. Políticas no violentas no son una opción hasta ahora en nuestros países porque el machismo y la violencia están institucionalizados.
La clave para atacar la violencia es entenderla: ¿de dónde viene? ¿quién y cómo se justifica? ¿cómo se reproduce? ¿cómo se ha lidiado con ella? Para contestarlas, necesitamos un enfoque interdisciplinario y la disposición de nuestros gobiernos a escuchar. Lo que más urge es un cambio de paradigma: que los militares regresen a los cuarteles, que los problemas complejos se empiecen a resolver localmente (aunque eso no les otorgue medallitas a los políticos), y dejar a un lado el discurso binario que justifica la muerte de “ellos”, el cual sólo alimenta su indiferencia hacia “nosotros”.
Puede revisar aquí para más información sobre esta investigación.
Karina García explica la metodología que usó en su investigación:
“Al analizar las entrevistas de mis participantes, identifiqué regularidades que generan un conocimiento y significados particulares, una lógica constituida por un conjunto de ideas asumidas como verdades. A este conjunto de verdades y conocimiento compartido en las narrativas las denomino discurso del narco.
¿Por qué es importante identificar y entender este discurso? La palabra clave para contestar esta pregunta es ‘significado’. Para los académicos, la violencia del narco puede significar “crimen”; para un religioso, un “pecado” y para los narcos, “un negocio”. Así pues, los significados están dados por un discurso particular que hace posible o justifica ciertas acciones mientras que invisibiliza o imposibilita otras. En otras palabras, el discurso nos provee de una lógica que hace que veamos y entendamos el mundo de una manera específica. En este caso, mi estudio se propone identificar cómo los narcos entienden el mundo y cuáles son las verdades y significados detrás de su lógica. De esta manera, busco entender las causas potenciales de su incursión en el crimen. Al identificar las raíces del problema, propongo, se podrán diseñar estrategias más adecuadas para evitar que más individuos sigan uniéndose al narco.
El discurso del narco identificado en mis entrevistas se conforma de tres discursos entrelazados: pobreza, masculinidad tóxica y violencia normalizada, que producen una lógica por la cual los participantes vieron en el narcotráfico una oportunidad de trabajo. Fundamentado en estos tres discursos, el discurso del narco produce una realidad particular: la vida es casi insoportable, la muerte es una constante diaria, el dinero proporciona una felicidad efímera por la que vale la pena arriesgar la vida que se asume desechable.
La violencia del narco no es un tema nuevo en México, pero sí el sadismo. Después del lanzamiento de la guerra contra el narcotráfico, la crueldad con la que los cárteles asesinan a sus enemigos aumentó. Personas colgadas de puentes peatonales, descabezados, mutilados y cuerpos disueltos en ácido, son algunos ejemplos de esta nueva violencia. Sabiendo esto, una de las interrogantes al empezar mi investigación era ¿cómo es posible que los participantes hayan decidido entrar en el narco a pesar de los peligros que implica? Siguiendo la lógica de la vida desechable, ingresar al narcotráfico, arriesgar una vida que no se valora, enfrentar la muerte que de todas maneras los asecha, tiene sentido para “ellos”. Hasta que no se haga algo para que los riesgos del crimen dejen de tener sentido, la oferta de trabajo para el narco continuará.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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