COLUMNA DE OPINIÓN
Sindemia, la triple crisis social, sanitaria y económica; y su efecto en la salud mental
20.06.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
20.06.2020
Se decía que el virus no discrimina entre ricos y pobres. Pero lo cierto es que no ataca a todos por igual, explican los autores. Mientras hoy las personas con ingresos bajo los $ 540 mil sienten miedo y tristeza, en las familias de ingresos altos predomina la rabia. Hoy enfrentamos no solo un virus sino una triple crisis que tiene un fuerte y desigual impacto en la salud mental.
Entre octubre del 2019 y junio del 2020, los chilenos y chilenas hemos sido testigos de una crisis tras otra, una triple crisis social, sanitaria y económica. El estallido social alteró las maneras de pensar nuestra vida colectiva, visibilizando desigualdades y precariedades que dieron curso a una demanda por dignidad e igualdad. La rápida propagación de COVID-19 ha producido un quiebre en nuestra cotidianeidad, afectado nuestra salud, relaciones sociales y fuentes laborales. Como sostiene una reciente columna, estamos frente a un proceso epidémico fuera de control: “el desastre está aquí”.
La disrupción de la vida social impuesta por el estallido social y la actual pandemia, junto con las fuentes de estrés psicosocial y económico que la acompañan, pueden afectar significativamente la salud mental de las personas.
Se decía que 'el virus no discrimina'. Este cliché demostró ser falso. El impacto sanitario, económico y social de COVID-19 no es el mismo en los distintos grupos sociales.
Las grandes protestas y una mayor conflictividad social suelen estar asociadas a un aumento de la prevalencia de problemas de salud mental en población, representando un impacto comparable a los desastres socio naturales [ver estudio]. Por otro lado, las medidas de distanciamiento físico, las restricciones a la movilidad, la cuarentena, el cierre temporal de instituciones educativas y las modalidades de teletrabajo constituyen un escenario que demanda un importante esfuerzo de adaptación, produciendo un desgaste a nivel personal, familiar y comunitario. Este escenario puede estar asociado a una sensación de aislamiento e incertidumbre, además de producir estrés, ansiedad, tristeza, irritabilidad, insomnio, sentimientos de impotencia y constante estado de alerta en algunas personas [ver estudio]. Si bien se trata de reacciones esperables (incluso adaptativas), es muy probable que al corto y mediano plazo tengamos que aprender a convivir con un cierto nivel de ansiedad y estrés. De acuerdo con estimaciones de la OMS, el 4% de la población mundial podría experimentar trastornos mentales severos derivados de la crisis sanitaria, mientras que entre el 15% y 20% podría sufrir trastornos leves a moderados.
Desde el 18/O nos hemos acostumbrado a escuchar recomendaciones para cuidar nuestra salud mental. Estos “tips” constituyen información valiosa, pero se han concentrado fundamentalmente en acciones individuales para hacer frente a la adversidad. Se trata de volvernos más “resilientes”. Sin embargo, muchas veces estas recomendaciones olvidan la otra mitad de la ecuación: la necesidad de abordar las condiciones sociales y económicas que inciden sobre nuestra salud mental. En efecto, aquello que llamamos salud mental es un fenómeno relacional que está condicionado por factores sociales, económicos y políticos: contextos de pobreza y vulnerabilidad, desigualdades materiales y simbólicas, niveles de segregación territorial o déficits de cohesión social que impactan la vida cotidiana de las personas y comunidades.
En marzo la OMS declaró que el coronavirus había alcanzado proporciones pandémicas. Sin embargo, hay razones suficientes para pensar que lo que enfrentamos actualmente no representa una pandemia, sino más bien una “sindemia”. Por sindemia nos referimos a la interacción de múltiples agentes causales: condiciones sociales (pobreza, desigualdad, injusticia, conflicto social, desempleo), procesos ambientales (cambio climático, desastres socionaturales y ecológicos) y estados patológicos (comorbilidades entre enfermedades como depresión, diabetes e hipertensión que afectan a muchos chilenos y chilenas) que potencian sus efectos negativos sobre la vida de los individuos y exacerban la carga de enfermedad en ciertos grupos de la población. En otras palabras, no estamos simplemente frente a un agente infeccioso que parasita nuestros cuerpos, sino que presenciamos una completa alteración del orden económico y social. Al interactuar sinérgicamente, los múltiples factores sindémicos contribuyen a la etiología y persistencia de problemas de salud mental, exacerbando vulnerabilidades y reproduciendo disparidades en salud.
En marzo escuchábamos que COVID-19 no distingue a las personas en base a su riqueza o lugar de residencia. Se decía que “el virus no discrimina”. Este cliché demostró ser falso. El impacto sanitario, económico y social de COVID-19 no es el mismo en los distintos grupos sociales. Para evaluar estos impactos, el Núcleo Milenio en Desarrollo Social (DESOC), en colaboración con el Centro de Microdatos de la Universidad de Chile y el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), llevaron adelante una tercera versión del Termómetro Social (junio 2020), cuyas versiones anteriores estuvieron orientadas a medir la temperatura del estallido social y proceso constituyente.
El Termómetro Social 3 (TS3) es una encuesta representativa a nivel nacional (n=1078), que intenta obtener una radiografía de las percepciones, sentimientos y creencias de los chilenos y chilenas en el contexto actual. El TS3 es una encuesta telefónica a individuos de todos los estratos sociales y regiones [más detalles aquí]. Uno de sus resultados muestra que 35% de quienes reconocen haber estado en contacto con uno o más casos confirmados de coronavirus desde el 16 de marzo son fundamentalmente personas que pertenecen a familias cuyo ingreso es menor a $ 540 mil, es decir, segmentos de la población que enfrentan dificultades para obtener ingresos debido a la pérdida de empleo (52% de este grupo), o dificultades para acceder a alimentos (34%) y no han podido cumplir las medidas de cuarentena. De hecho, 44% de los encuestados cree que uno de los principales obstáculos para contener el avance de la pandemia es la imposibilidad de dejar de trabajar para subsistir.
35% de quienes reconocen haber estado en contacto con uno o más casos confirmados de coronavirus desde el 16 de marzo son fundamentalmente personas que pertenecen a familias cuyo ingreso es menor a $ 540 mil, es decir, segmentos de la población que enfrentan dificultades para obtener ingresos debido a la pérdida de empleo (52% de este grupo), o dificultades para acceder a alimentos (34%) y no han podido cumplir las medidas de cuarentena.
En cuanto a percepciones del futuro, las personas les asignan una alta probabilidad de ocurrencia a la reducción del ingreso (29%) y al aumento de la deuda (35%). Asimismo, los chilenos y chilenas muestran un alto grado de incertidumbre respecto a la probabilidad de ocurrencia de hechos como una reducción en la jornada laboral, quedar desempleado o el quiebre de la empresa donde se trabaja.
¿Qué probabilidad le asigna Ud. a que ocurran los siguientes hechos en los próximos 3 meses?
Entre las personas que declaran que alguien de su familia perdió su trabajo después del 16 marzo (casi 33% de la muestra), 93% reporta que fue consecuencia directa o indirecta de la crisis sanitaria por coronavirus.
Por otro lado, al preguntar por el impacto del actual contexto sobre el bienestar psicológico, la mitad de los participantes declara que su estado de ánimo es peor o mucho peor al estado previo a las medidas de aislamiento y cuarentena, lo cual afecta principalmente a las mujeres (56% mujeres vs 43% hombres). Los resultados también muestran que hoy la tonalidad afectiva de los chilenos está dominada por la rabia (30%), el miedo (27,4%) y la tristeza (2,83%). Al desagregar estas emociones por nivel de ingreso, notamos que en las personas que residen en hogares con ingresos por debajo de los 540 mil pesos, predomina el miedo (29%) y la tristeza (27%), mientras que en los sectores más acomodados predomina la rabia (37%). Es decir, nuestras emociones no son independientes de nuestras condiciones materiales de vida.
¿Cuántas veces durante las últimas dos semanas ha sentido alguna de las siguientes molestias?
La cuarentena nos ha distanciado físicamente, pero no necesariamente nos ha aislado de los demás: sólo 13% de los participantes declara experiencias de aislamiento o soledad. Por el contrario, nuestra calidad del sueño se ve afectada profundamente: 3 de cada 5 personas manifiesta que tiene problemas para dormir y 1 de cada 5 dice que estos problemas se presentan todos los días. Se trata de un indicador preocupante, puesto que las dificultades en el dormir constituyen un predictor importante del desarrollo de trastornos mentales al corto y mediano plazo [ver estudio].
Los resultados del TS3 permiten observar que la actual crisis produce un alto grado de incertidumbre financiera y laboral entre los chilenos y chilenas. Como muestran algunos estudios internacionales, se trata de condiciones asociadas a mayores niveles de estrés, ansiedad y depresión. El TS3 muestra que actualmente alrededor del 18% de los chilenos y chilenas presentaría síntomas depresivos, mientras que 23% presentaría síntomas ansiosos. Si bien se trata de prevalencias observadas en estudios epidemiológicos previos, es altamente probable que la presencia de estos síntomas aumente en la medida en que el actual contexto de crisis persista en el tiempo.
En Chile, algunos estudios han mostrado que la sensación de inseguridad relacionada con la salud y el trabajo se asocia a una mayor presencia de síntomas depresivos [ver estudio]. En efecto, la sintomatología ansiosa y depresiva se encuentra asociada a una experiencia de vulnerabilidad o “inconsistencia posicional” compartida por una gran cantidad de chilenos. Esta experiencia refiere a la percepción de que los lugares y las trayectorias sociales son inestables y altamente permeables a la precarización.
En efecto, en una buena parte de los sectores medios existe un intenso temor a caer desde la posición social que han alcanzado en las últimas décadas. Según estimaciones de la OCDE, más de la mitad de los chilenos y chilenas se encuentran en riesgo de caer en la pobreza si dejan de percibir su sueldo durante tres meses. Dentro de los países de la OCDE, Chile es donde existe una mayor probabilidad de que una persona del cuarto quintil (el segundo segmento de mayor nivel de ingresos) retroceda al primer quintil (el segmento de menores ingresos) dentro de un período de cuatro años.
Dentro de los países de la OCDE, Chile es donde existe una mayor probabilidad de que una persona del cuarto quintil (el segundo segmento de mayor nivel de ingresos) retroceda al primer quintil (el segmento de menores ingresos) dentro de un período de cuatro años.
¿Cómo podemos explicar esta alta vulnerabilidad? Muy simple: en Chile la mediana de ingresos (en torno a los 400 mil pesos) es muy cercana a la línea de la pobreza. Esta realidad se traduce además, en altos niveles de deuda en los hogares, lo cual tiene un efecto corrosivo sobre la salud mental de las personas al relacionarse con mayores niveles de estrés financiero, ansiedad y síntomas depresivos [ver estudio].
En los países con alta desigualdad, como es el caso de Chile, las brechas sociales coexisten con una variedad de privaciones materiales y fragilidades del sistema de protección social que inciden negativamente sobre la salud mental. Ante este escenario, las respuestas no pueden ser sólo sanitarias. Tal como se contempla en el “Acuerdo Covid” recientemente alcanzado, se necesitan medidas orientadas a la protección de los ingresos de las familias y de los trabajadores y planes de apoyo a los empleos, pero al mismo tiempo seguridad de lo que pasará en el futuro, para bajar la incertidumbre y la ansiedad. Por lo tanto, las respuestas más eficaces en salud mental son aquellas que reduzcan la incertidumbre derivada de la inseguridad laboral, proporcionen redes de seguridad ante la pérdida de ingresos, garanticen la protección de aquellos trabajadores que queden desempleados y permitan evitar el sobreendeudamiento. Pero la experiencia internacional sugiere también que, frente a situaciones de conflictividad social, crisis sanitaria y recesión económica, se vuelven muy importantes las políticas sociales orientadas a restablecer los vínculos sociales y fortalecer la cohesión social para mitigar los efectos sobre la salud mental.
Necesitamos una perspectiva sindémica para comprender el impacto de esta triple crisis social, sanitaria y económica sobre la salud mental, una dimensión de la vida que se verá afectada durante mucho más tiempo que la salud física. Como se afirma en la Estrategia Nacional de Salud Mental elaborada por la Universidad de Chile, “la salud mental es una de las claves para sobrevivir a esta pandemia”.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
CIPER/Académico es un espacio abierto a toda aquella investigación académica nacional e internacional que busca enriquecer la discusión sobre la realidad social y económica.
Hasta el momento, CIPER/Académico recibe aportes de cinco centros de estudios: el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), el Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR), el Instituto Milenio Fundamentos de los Datos (IMFD), el Centro de Investigación en Comunicación, Literatura y Observación Social (CICLOS) de la Universidad Diego Portales y el Observatorio del Gasto Fiscal. Estos aportes no condicionan la libertad editorial de CIPER.